Cómo (volver a) disfrutar de la cocina

In Blog by Aroa FernándezLeave a Comment

Uno de los objetivos que me propongo cada año con la formación de Cocina vegetariana y saludable es que los alumnos aprendan a disfrutar de la cocina y encuentren en ella una fuente de exploración, creatividad y autocuidado.

Cualquier cosa en la vida es susceptible de ser disfrutada, siempre que no sea algo impuesto desde fuera o que nos tomamos como una obligación. En el momento en que dejamos de elegir lo que queremos hacer, hasta la actividad más placentera se convierte en una carga. Es por eso que para muchas personas la cocina ha dejado de ser un espacio de conexión para convertirse en una tarea pesada de la que no pueden escapar.

Por suerte, aunque la realidad siga siendo la misma, “si quiero comer (bien), tengo que cocinar”, se puede cambiar la manera en que nos relacionamos con esa realidad, y de ese modo cambiamos una parte esencial de nuestra vida.

En la mayoría de los casos, si no podemos permitirnos un chef particular que cocine saludable, ecológico, fresco y de temporada…, vamos a tener que entrar en la cocina nosotros mismos, y ¡cómo cambian las cosas cuando lo hacemos desde el disfrute! Cocinar, en lugar de cansarnos, nos da energía. Nos alegra y nos motiva la curiosidad y el deseo de preparar algo nutritivo y sabroso para los nuestros y para la persona más importante de nuestra vida: nosotros mismos.

Entonces, ¿cómo cambiamos nuestra manera de pensar en la cocina y de vivirla? Mis tres claves para volver a disfrutar de la cocina (y digo “volver” porque para la mayoría de nosotros, de niños, la cocina era una alquimia extraña y maravillosa en la que nos encantaba participar) son el conocimiento, la presencia y la creatividad.

Conocimiento

Para desarrollar un hábito y que se quede profundamente arraigado en nosotros necesitamos conocer sus beneficios. Pero no basta con conocerlos racionalmente, tenemos que interiorizarlos e integrarlos, saber cómo nos benefician a nosotros particularmente y de qué manera va a cambiar nuestra vida si desarrollamos ese hábito. Tenemos que poder visualizar la persona en la que nos vamos a convertir.

Por eso considero imprescindible adquirir unos conocimientos básicos en nutrición y descubrir cuán importante es el papel que juega la manera en que nos alimentamos en nuestro bienestar físico y emocional. En otros artículos en el blog hablo sobre la alimentación como medicina y también como aliada en la salud mental, así que si quieres saber más sobre ello, te recomiendo que les eches un vistazo.

Si sabemos lo enormemente beneficiosos que son los pigmentos de diferentes colores en las frutas y verduras (antocianinas en los frutos del bosque, licopeno en el tomate y la sandía, carotenos en la zanahoria, el boniato, la calabaza…) y cómo reducen la inflamación, contrarrestan la acción de los radicales libres (haciéndonos vivir más años y en mejor estado de salud) y nos aportan bienestar en general, nos alegraremos cuando encontremos estos alimentos de colores brillantes en el mercado y en nuestra nevera. Saber lo especial y beneficioso que es algo nos hace apreciarlo y disfrutarlo más.

A mí me sucedió con el huerto y las plantas en general. Cuando hice la formación de gestión forestal, hace bastantes años, aprendí mucho sobre los ciclos naturales y cómo todos los elementos del medio natural colaboran para que haya crecimiento y equilibrio. Este conocimiento me llevó a una nueva apreciación de las plantas, que hasta entonces habían sido unas extrañas para mí. Y cada vez que aprendía algo más sobre los procesos en los que están involucradas, crecía mi admiración y mi disfrute de ellas, hasta el día de hoy, que sigo cultivando (y cometiendo errores y aprendiendo de ellos) en mi pequeño huerto de balcón.

El conocimiento de la nutrición y de todos los mecanismos por los que nos lleva a la salud (o a la enfermedad, en caso de una mala nutrición), nos vuelve conscientes y agradecidos de tener un plato abundante, rico y variado, y nos hace prepararlo con mucho más mimo.

Nos hace añadirle hojas verdes, porque son inmensamente nutritivas; nos invita a incorporar más legumbres en diferentes formas; nos hace querer echarle cúrcuma a todo (hasta que nos damos cuenta de que todo sabe igual y tenemos que contenernos)… En fin, el conocimiento nos hace darnos cuenta de lo importante que es alimentarse bien.

Eso sí, como decía antes, no podemos detenernos en los beneficios teóricos y a largo plazo, en la idea de que comer bien nos ayudará a prevenir el cáncer o accidentes cardiovasculares, o a tener una mejor calidad de vida en la vejez. Esos beneficios no nos sirven para motivarnos porque no conectan con nuestra realidad aquí y ahora; son demasiado abstractos.

Lo que sí sirve es saber que después de una comida vegetal e integral, libre de inflamación, pesadez, hinchazón, etc., nos vamos a sentir mejor al momento. Una alimentación correcta nos aporta energía para dar lo mejor de nosotros el resto del día. Y si tenemos actualmente alguna enfermedad relacionada con una mala nutrición o que puede aliviarse o remitir con ayuda de la alimentación, la mejoría va a ser paulatina pero muy palpable, no lejana y abstracta.

Esto es a lo que me refiero cuando hablo de integrar los beneficios de la alimentación y la cocina en nosotros.

Presencia

Pero no solo porque algo sea bueno para mí voy a conseguir crear el hábito. En algunos casos con concienciarnos de ello basta, pero en muchos otros necesitamos ser capaces de sentir el placer mismo de la actividad, que la actividad nos resulte placentera en sí misma.

¿Y cómo hago que algo que es bueno para mí me resulte placentero?

La clave está en la presencia. Cuando nos involucramos completamente en lo que estamos haciendo, prestándole toda nuestra atención, un nuevo tipo de placer nos inunda. El placer de la acción en sí misma, del proceso de lo que estamos desarrollando.

El placer de no estar enredados en ningún pensamiento porque estamos plenamente presentes.

En yoga, por ejemplo, nuestra atención sobre el cuerpo nos lleva a sentir placer por el movimiento, por el estiramiento, por la forma que tomamos en las diferentes posturas (da igual lo mucho o poco flexibles que seamos). Si nos ayudamos de la respiración, siguiendo los patrones típicos del yoga, el acto de prestar atención se vuelve más necesario y también más fácil, ya que no es solo el movimiento lo que requiere nuestra presencia.

En la cocina, puedes practicar la presencia al elegir las verduras, lavarlas, cortarlas… Al sofreír y ver cómo los alimentos se van dorando poco a poco y cómo cambia el olor que desprenden… Al probar una cucharada, echar las especias, remover el guiso… Al emplatar, distribuyendo cada alimento de una forma bella y armoniosa… Al preparar la mesa y colocar a los comensales y los elementos de decoración (aunque estés solo/a).

Como ves, cada parte del proceso de cocinar puede ser usada como una meditación. Esa es la manera en que propongo a mis alumnos que se acerquen a la cocina, y es como yo misma me acerco a ella.

Un segundo motivo por el que cultivar la presencia es que la cocina nos propone volver a nuestro cuerpo físico, algo que resulta fundamental cuando pasamos muchas horas frente a pantallas. Muchos de los trabajos que tenemos en nuestra sociedad moderna (y también muchas propuestas de entretenimiento) tienen que ver más con lo mental que con lo físico. Aquí es donde la cocina se convierte en nuestra gran aliada. Después de todo un día sentados en la oficina o hablando con otras personas, hacernos presentes en el acto físico de la cocina nos devuelve el tan necesario equilibrio.

Puede que nos tiente, sobre todo si siempre nos hemos dicho que cocinar “no es lo mío”, introducir algún elemento que nos distraiga, como la televisión, el móvil, una llamada, un podcast… Todo para no tener que estar presentes en eso que no deja de ser “una obligación”. Y aunque esto puede funcionarles a algunas personas, o a nosotros en determinados momentos, la magia de la cocina es mucho más poderosa si permitimos que entre en nosotros, sin nada más que compita por nuestra atención.

Cuando cultivamos la cocina como un acto de presencia total, esta se convierte en un espacio donde nacen algunas de nuestras mejores ideas. Los procesos mecánicos (cortar, pelar, trocear…) hacen que nuestro cerebro esté libre para revisar el día, imaginar, considerar algo que ha leído… y genera nuevas conexiones, que no son posibles si estamos todo el rato inmersos en el ruido.

Cuando estamos presentes en lo que hacemos, sea cocinar, lavar los platos o sacar al perro a pasear, surge el placer de forma sencilla y natural.

Creatividad

Cuando usamos la cocina para “salir del paso”, repitiendo las mismas recetas de siempre porque son fáciles y gustan, es normal que acabemos aburridos y sin ganas de cocinar.

En cambio, cuando permitimos que la cocina sea un espacio para expresar nuestra creatividad, esta se convierte en una fuente de energía. El ser humano es creativo por naturaleza y le encanta tener la oportunidad de probar algo nuevo y expresarse, así que, ¿por qué no alinearnos con nuestra esencia y ser creativos también en la cocina?

A mí desde siempre me ha gustado ojear libros de cocina de toda clase, tanto nuevos como antiguos, de cocina mediterránea o exótica, de chefs famosos o de desconocidos. De los libros saco recetas, ideas e inspiración para después poder elaborar algo por mí misma. Nada de lo que cocino lo he inventado yo: todo son combinaciones y recombinaciones de recetas que un día me encantaron.

Ser creativo es combinar diferentes ideas que aparentemente no tenían mucho que ver pero que, cuando las juntas, producen algo nuevo y maravilloso.

Ser creativo es también ponerse retos. Salirse del marco de lo que me resulta cómodo para probar algo nuevo que no sé cómo resultará.

Algunos retos para mí son convertir platos tradicionales en vegetarianos o veganos; hacer postres sin azúcares añadidos; fusionar recetas de toda la vida con platos o alimentos exóticos; cambiar completamente las especias o la salsa y crear un plato diferente; intercambiar algún ingrediente menos saludable por otro que sí lo sea; usar verduras de temporada o lo que tenga en ese momento en la nevera; incorporar alimentos menos típicos, como las algas, a algún plato tradicional…

Los retos que a mí me motivan no tienen por qué motivarte a ti, pero pueden ser una inspiración para que te plantees qué te gustaría hacer en la cocina. Por ejemplo, tengo una alumna a la que le motiva emplatar de formas variadas y diferentes, y cada vez prepara el plato de una manera: en fuente, como base de otro plato, en tartar, cortado con mandolina o a daditos…

Para muchas personas, entre las que me incluyo, el disfrute de ser creativo empieza por probar una receta que no han hecho nunca, aunque sea siguiendo las directrices de otra persona que la ha hecho antes que nosotros. Aquí también hay creatividad, porque estamos cambiando lo rutinario por algo diferente y tal vez desafiante, así que, si ese es tu caso, anímate a variar los menús. Hasta ahora te has sentido cómodo/a con ellos, y eso está bien, pero ¿no sería fantástico probar algo totalmente distinto? (por ejemplo, un timbal de brócoli con bechamel de avellanas, o una deliciosa sopa thai vegana).

Quizá encuentres un nuevo plato estrella o quizá sea un fiasco, pero esa incertidumbre es la chispa de la vida en la cocina.

En resumen

Hemos visto tres claves que nos ayudarán a cambiar la manera en que nos relacionamos con el acto de cocinar.

La primera de esas claves es el conocimiento: saber de qué manera te beneficia cocinar y alimentarte de forma saludable, en sintonía con las estaciones y con tu propio cuerpo. Cuando aprendemos sobre nutrición, los alimentos dejan de ser simplemente “un pimiento” o “una zanahoria” y se convierten en fuentes de salud. Saber que el pimiento rojo está lleno de vitamina C o que la zanahoria nos provee de caroteno, el precursor de la vitamina A, nos hará buscar maneras de introducirlo en nuestros platos.

Saber también el importantísimo papel que juega la nutrición en la salud, sobre todo en la sociedad occidental, donde tantas enfermedades crónicas se deben a esta, nos hará más conscientes aún del beneficio de cocinar y alimentarnos bien. Pero es importante que consideremos el beneficio a corto plazo, porque la idea de reducir el riesgo de cánceres del aparato digestivo en un 20-30%(1) no es algo que nos motive aquí y ahora; en cambio, sentirnos mejor, tener más energía, aliviar los síntomas de una enfermedad o incluso revertirla, sí que es algo que puede motivarnos.

La segunda clave es la presencia. Cuando estamos plenamente presentes en una actividad, apreciando todos los detalles y los procesos involucrados, entramos en un estado de conexión y fluimos fácilmente. Este tipo de presencia podemos dirigirla al acto de cocinar, y para ello suele ser buena idea prescindir de distracciones como el móvil o la televisión. Lo que buscamos es poder atender a lo que estamos haciendo, los alimentos en nuestras manos o en la sartén.

Cocinar resulta un acto mecánico la mayoría de las veces, que involucra el movimiento de nuestro cuerpo y nuestras manos. Esto es también enormemente positivo para todos aquellos que pasamos tiempo frente a pantallas o que tenemos un trabajo muy mental y/o emocional, como es tratar con personas. Cocinar nos ayuda a habitar de nuevo nuestro cuerpo y a liberar la mente para que discurra creativamente en la dirección que quiera.

Por último, menciono la creatividad. Cuando nos acercamos a la cocina con la intención de crear, en lugar de como una obligación, se nos abren cientos de posibilidades para estimularnos con los sabores, olores, texturas… Para dar rienda suelta a la creatividad podemos inspirarnos en las recetas de otros y ponerles nuestro toque, o podemos ponernos retos como transformar un plato tradicional con algún elemento exótico.

Lo importante es estar abiertos a hacer las cosas de manera diferente y, por supuesto, a equivocarnos. A que no salga tan bueno como nos habíamos imaginado, tal vez, pero nos dé una idea para probar algo diferente a la próxima. A que cada comida sea única, porque no la hemos preparado de forma mecánica, siguiendo unas instrucciones escritas en piedra, sino con amor.

Cualquier actividad puede ser transformada en una fuente de goce y disfrute. Lo que hace que cambie de ser una “obligación” a algo que queremos hacer, porque nos hace bien, porque nos da placer y porque nos permite expresarnos, es nuestra disposición interna.

Espero que estas pequeñas claves te inspiren y te animen a ver la cocina de otra manera.

(1) Zhao, Yujie et al. “The Relationship Between Plant-Based Diet and Risk of Digestive System Cancers: A Meta-Analysis Based on 3,059,009 Subjects”. Front Public Health. 2022 Jun 3;10:892153.


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En la formación aprendemos a nutrirnos de forma saludable y consciente, poniendo amor y consciencia al acto de nutrirnos y de cocinar. Todos cocinamos todo el tiempo, de modo que tenemos una experiencia muy cercana y práctica de lo que es la cocina. Además lo hacemos en buena compañía, intercambiando recetas, consejos culinarios y risas.

La formación de Cocina vegetariana y saludable es la primera que creé, con la que llevó ya más de diez años, y cada grupo es diferente. Me apasiona ver la evolución de las personas y los cambios de los que son capaces en sí mismas y en los que les rodean.

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