Este artículo es un poco distinto, sin palabras clave ni subtítulos que lo organicen pulcramente. Es simplemente una reflexión que comparto contigo desde mi imperfecta humanidad. Espero que te sirva.
Puede que pienses que todo lo que nos pasa, nos pasa por algún motivo, o tal vez creas que las cosas se dan siguiendo la lógica causal y ya está. Yo no sé cuál es la respuesta, pero lo que sí que pienso es que todo se puede aprovechar para nuestro crecimiento, tanto lo bueno (lo que nos sucede y está de acuerdo con nuestras expectativas y deseos) como lo malo (lo que parece que va en contra de nosotros). Y para aprovecharlo debemos ser capaces de hacer una buena revisión personal.
Esta es mi filosofía de vida y mi filosofía como terapeuta, y algo que comparto tanto en mis formaciones como en consulta. No es la panacea, porque la vida no va a dejar de dolernos, pero sí es una manera de cultivar la resiliencia, la capacidad de sobreponernos a los problemas y salir fortalecidos de ellos, como la planta a la que le cortan una parte del tallo y rebrota por otros dos sitios, se ensancha y crece mucho más gracias a la pérdida que ha sufrido.
Desde luego, no siempre tenemos que sufrir pérdidas para crecer y aumentar nuestra resiliencia, pero sí que hay cierto elemento de incomodidad, de salir de la zona de confort, que nos hace expandirnos para abarcar más de lo que estamos acostumbrados. También aquí se aplica lo que te voy a contar hoy sobre la revisión personal.
La revisión personal, dicho de forma muy simple, consiste en mirarnos. Se puede decir de forma muy simple, pero lo cierto es que mirarnos auténticamente requiere valentía, esfuerzo y perseverancia, y suficiente comprensión de la naturaleza humana como para no engañarnos a nosotros mismos. Requiere ser capaces de hacernos a un lado en el teatro que se muestra frente a nosotros y observar a cierta distancia: ser actor y espectador al mismo tiempo. Requiere ser muy honestos con nosotros mismos y reconocer nuestras sombras, los motivos reales por los que hacemos las cosas (y no juzgarnos tan duramente por ello).
Y requiere también que cultivemos nuestra capacidad de atención, pues solo podemos actuar sobre aquello en lo que ponemos atención. Carl G. Jung, el famoso psicoanalista suizo de mediados del siglo pasado, decía que “Lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino”. Poner atención sobre algo es llevarlo a la consciencia, detener la inercia que nos está movilizando (todo nuestro bagaje, patrones conductuales, hábitos, ideas preconcebidas…) y elegir aquí y ahora cómo vamos a actuar, quién vamos a ser.
Una práctica que nos ayuda enormemente a cultivar la capacidad de atención es la meditación. Puede ser una meditación formal, sentado y en silencio, o también la meditación que resulta de volver una y otra vez al presente y a lo que estamos observando y sintiendo. Yo medito a menudo con la cocina, prestando atención a lo que hago en ese momento (pelar patatas, cortar cebollas, etc.) y también en mi pequeño huerto urbano, observando las plantas y reconociendo su estado (si necesitan agua, más luz, un poco de poda…).
Meditar es elegir a lo que prestamos atención, y es un hábito que nos ayuda a poder poner conciencia en otros momentos de nuestra vida y por tanto a mirarnos y a revisarnos.
Ahora que tenemos la atención en el lugar correcto, ¿cómo nos revisamos?
No sé lo que te funcionará a ti, pero te voy a compartir lo que yo hago para revisarme.
Lo primero de todo es que me dejo espacio para mí misma, pero no cualquier tipo de espacio: espacio de introspección, sin tareas ni distracciones. Me gusta llegar al trabajo al menos media hora antes y dedicar esos primeros momentos a pensar y hacerme preguntas. Me pregunto cómo me siento hoy, si hay algo que me preocupa, cómo estoy con mis relaciones…
Me pregunto incluso si soy feliz, en general. Me he dado cuenta de que la respuesta suele ser “sí” cuanto más presente estoy en mi propia vida, cuando no estoy rumiando sobre el futuro o enganchada en el pasado, cuando puedo disfrutar plenamente del aquí y el ahora.
En ese momento de introspección también repaso conversaciones que he tenido y situaciones que he vivido, sobre todo cuando he notado que algo ha cambiado en mi estado de ánimo. Si he estado con alguien y me he puesto triste o me he enfadado, intento encontrar qué ha sido lo que ha provocado ese cambio en mí. ¿De qué parte soy yo responsable, y qué parte es de la otra persona? ¿Qué he interpretado (o malinterpretado) de lo que ha dicho la otra persona? ¿Hay algo que ha superado un límite personal? ¿Me ha recordado a algo que me ha herido en el pasado…?
Intento colocarme en una posición neutral y ver objetivamente qué ha pasado. Desde luego, la objetividad perfecta no existe en el ser humano, pero si nuestra balanza siempre se inclina hacia una preocupación excesiva por nosotros mismos y nuestra perspectiva de la vida, ayuda mucho intentar imaginar desde dónde la otra persona ha dicho o hecho eso que a mí me ha dolido. Muchas veces comprender esto nos ayuda a actuar con más tolerancia y menos reactividad emocional. Casi seguro que no ha querido hacernos daño a nosotros personalmente.
Soy un ser humano y por ende no soy perfecta: me equivoco constantemente. El único bálsamo que he encontrado que de verdad alivia este conflicto entre lo que soy y lo que me gustaría ser es la honestidad, conmigo misma y con los demás, y cuando me doy cuenta de que he cometido un error intentar subsanarlo.
En eso consiste precisamente el crecimiento personal, en atrevernos a ser humanos, con todos nuestros errores, juicios y faltas, y en tener el valor de aceptarlos, exponerlos y rectificar. Nos vamos a equivocar una y otra vez —yo me equivoco todos los días, y me tropiezo más de una y de dos veces con la misma piedra—, pero lo bueno es que podemos elegir qué hacer después de equivocarnos: hacer como que no ha pasado nada o aprovecharlo como una oportunidad para seguir creciendo.
Algo que a mí me resulta esencial en esta revisión personal es el acompañamiento de otras personas. Tengo la suerte de estar rodeada de personas bellísimas, y muchas de ellas son terapeutas o psicólogas, y otras muchas son simplemente personas sabias y experimentadas en la vida.
Lo que esas personas pueden ofrecernos es una mirada amorosa (y en el caso de los terapeutas, una mirada terapéutica, que reconoce el trasfondo de lo que les estamos contando) y un espejo no muy distorsionado (es decir, más objetivo, que nos refleja con exactitud en lugar de mostrarnos más de la otra persona que de nosotros mismos).
El espejo perfecto no existe (al menos no en el ser humano común y corriente), y es por eso que debemos buscar nuestro reflejo en varias personas distintas. Personas que piensen como nosotros y otras que no; personas que nos caigan mejor y otras que quizá no tanto; personas que sean expertas en unos campos diferentes a los nuestros… De todos esos puntos de vista sacaremos conclusiones, como una especie de “triangulación” de nosotros mismos, usando cómo nos ven los demás de referencia.
Y para que este acompañamiento sea efectivo necesitamos ser honestos. Repito aquí la importancia de la honestidad. Ser honestos implica no guardar secretos ni avergonzarnos de los fallos que hemos cometido, atrevernos a exponer aquello que no hemos hecho bien, sabiendo que esa imagen de perfección que tal vez hayamos querido mostrar va a tambalearse. Y está bien, y eso nos hace humanos. No somos menos perfectos porque cometamos errores: al contrario, esos errores nos humanizan y nos vinculan con el otro desde nuestra autenticidad.
Por supuesto, también acudo a terapia, con diferentes profesionales y desde diferentes perspectivas. Cuando trabajas acompañando a personas es imprescindible conocerte primero bien a ti mismo y que otros te ayuden a identificar tus distorsiones.
Para finalizar, quiero enfatizar que la revisión personal es un acto de valentía.
Vas a ver cosas que no te gustan, errores que cometes, juicios que haces, comentarios que hieren a otros… Y quizá no quieras mirar más. Es tentador vivir “en piloto automático” y pensar que lo que me sucede es responsabilidad de otros o de la sociedad.
O quizá lo que pase es que empieces a mortificarte y quieras cambiarlo todo en ti, porque hay algo que está mal, o todo está mal.
Lo que la revisión personal implica, desde donde yo la vivo, es una profunda aceptación de quienes somos: seres humanos, imperfectos, llenos de patrones, traumas y juicios… y también capaces de crecer y madurar hasta el último día de nuestras vidas.
La revisión personal es un equilibrio entre la aceptación de nuestras flaquezas y la valentía de ser críticos y estar dispuestos a aprender de nuestros errores, siempre desde el amor.
El resultado del ejercicio no es la perfección, sino solo estar en paz siendo tú mismo.
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